martes, 23 de julio de 2013

Soy tuya

Hoy la música suena diferente. Estamos solos en la recámara que otras veces viniste a habitar y que... bueno, eso ya no importa.
Me he vestido distinta esta noche, el vestido, las zapatillas, el liguero... Ya sabía de nuestro encuentro y quise verme especial.
Mientras subía lentamente las medias de la punta de mis pies a las rodillas y las ajustaba a mis muslos sedientos de ti, pensaba que de la misma forma tú me las quitarías, lenta y suavemente. Eso es fácil de imaginar, porque tú eres precisamente así, paciente para todo, para decir cosas perversas en mi oído, para tomarme por la cintura, para prenderme con cada beso... Para terminar en mí.
Yo no elegí la música, eso corre siempre por tu cuenta, sabes exaltar mis emociones con esas ondas que penetran en mi cuerpo antes que tú.
La plática no es muy necesaria, esa la tuvimos anoche por el teléfono. Ya sé que me ausenté, que fui una niña mala, tal como tú lo describiste, cruel, pero ahora vengo a redimirme, a purificarme, a que me castigues para poder vivir feliz.
Es fácil acercarme a tu cuerpo de alfiler, reconocer tu piel morena, tu olor a hombre, incluso reconocer el león que hoy te viene acompañando, tuyo, de otras, mío, esta noche sólo mío.
Tu boca son frutos rojos, cerezas dulces con sabor a miel, y esa mirada perversa que no se sabe quedar en paz y que busca siempre más allá.
Cómo no morderme los labios al mirar tu espalda ancha y sentir tus brazos necesitados de mí.
Cómo no cruzar mis piernas para calmar el calor que emana mi pequeño rincón impaciente de ti.
Así, con ese brillo en la mirada te vas acercando, ¿quieres vino?
¿Quieres uvas? ¿Quieres posarte sobre mí?
Qué bien se siente reconocerte, mis manos se vuelven lectores en tu cuerpo, bajo la camisa tuya, son hábiles para desabotonar el pantalón de cuatro botones que parece resistirse a mi calor, pero claro, superan cada prueba y se internan en la selva de tu ser.
Dime ¿quién te toca como yo?
Quién juega su lengua en tu ombligo, quién muerde tus hombros, quién agradece con gemidos.
Qué bien se sienten tu manos sobre mí, quitando suavemente el vestido, sabes perfectamente lo que me gusta, yo te digo que no tardes demasiado, y tú te tomas el tiempo necesario para cada acto.
Este cuello mío te pertenece, marcas tu territorio y derramas vino sobre mí.
-Déjate las zapatillas y el liguero- me susurras y no hago más que obedecer.
-¿Qué quieres, cómo te gusta? No ves que soy tuya.
Lame mi cuerpo y quémame con tu saliva, raspa mis senos con tu barba y dibuja sobre ellos el abecedario con la punta de tu lengua. Muérdelos, que caben perfectamente en tu boca y tu boca los extraña y ellos te añoran.
Ahora estoy a tu merced, soy una flor abriendo sus pétalos para que libes el néctar de mi ser.
Mi cintura está expuesta al tacto de tus dedos, mis muslos se estremecen al sentir tu calor, mi cadera baila al ritmo de tu música... Sigo siendo tuya.
Qué bien se siente tu erección en mis manos, como si yo tomara el control del universo, hago esos movimiento de vaivén que sé tanto te gustan, y en un sólo acto bajo para ponerte en mi boca, para sentir tu humedad en mis dientes, para volver a probar la leche que emana de ti.
Yo soy tuya, y ahora, con mi lengua recorriendo tu glande, entiendo que eres de mí.
Quítame el cabello del rostro, mueve mi cabeza a tu contentillo, presiona mis areolas y hazme gritar.
Ponte a gozar conmigo, apaga la luz y descúbreme, moja tus dedos con mi cuerpo, con mi sudor, con mi saliva, con mis fluidos, y voltéame que conozco tu posición favorita.
Gracias por los susurros en mi cuello, por tus manos en mi espalda, gracias por respirar con fuerza por mis oídos.
Sabes qué es lo que me gusta.
Nada como besarte después de tenerte en mi boca para que pruebes tu propio sabor, nada como tus fuerzas de hombre excitado...
Nada como tus mano presionando mis caderas a tu torso, nada como nosotros ajustados.
Ahora hasta los cuerpos nos estorban.
Es momento de que entres en mí.
Abro las puertas de la cueva de mi ser, de mi alma y lentamente vienes. Siempre paciente, con ganas de lastimarme y cuidando de mí.
Dices que soy muy estrecha, tú eres un semental.
Quiero decirles a todos que el paraíso lo conocí en tu cuerpo.
Qué bien cuando terminas estando dentro. Qué bien cuando siento tu palpitar.
Somos seres de luz incendiando la ciudad.
Ya sé que me ausenté, fui una niña mala. Pero ahora que te tengo en reposo, desnudo entre mis piernas, me atrevo a decirte lo que nunca a nadie le dije: ¡Soy tuya!

Canelita


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