Qué jóvenes
éramos y cuántos sueños echados por la borda. Ambos queríamos ser escritores.
Tus letras eran sencillas, complacientes, sinceras; las mías siempre terminaban
vueltas un imperdonable subterfugio.
Nos conocimos
no sé cómo, o tal vez sí sepa pero no lo quiero recordar. Fue en una
cafebrería. Ese día cantaba temas sin dedicatoria a personas que no conocían mi
trabajo. Era un extraño para el mundo, menos para ti…
Nelly, que
bello fue descubrir tu cuerpo aquella primera vez, sí, era de noche, pero no lo
parecía. El clima contigo siempre fue llameante, súbito, nostálgico. Eres la
combinación perfecta de cachondería y ternura. Tan amarga como el café, tan
dulce como la canela.
Terminó mi ronda
de canciones, apareciste con una cámara en la mano y una sonrisa exacta. Una de
tus amigas nos retrató. Me tomaste la mano y con ella tantas cosas
indefinibles.
Pediste dos
canciones más. Las interpreté en medida de lo posible. Es cierto, nunca tuve
una gran voz, pero nunca me lo hiciste saber, no sé si por cortesía o porque
preferías mis gritos de placer en tu departamento, ese refugio que teníamos
para la locura, para el amor, para las recetas de cocina vegetariana que no me
gustaba probar.
Debes saber
que te quise más allá de ese espacio que compartimos tantas veces, esos besos
que nos dimos cegados por la profunda oscuridad; que te quise más allá de tu
entrega corpórea, de la marea púrpura que nos cubría del inexistente frío toda
la noche, de nuestros pudores y resacas,
de las preguntas absurdas de quienes nos sabían ahí, entregándonos, haciéndonos
cenizas, humo, esfumando nuestras conciencias con cada caricia, con cada
intento fallido por respirar completamente.
Aún te pienso,
si te lo preguntas.
Nelly, no
sabes lo difícil que es encontrar a alguien tan libre como tú, que lo mismo da
la hora que su tiempo. Libertaria y libertina, amante, amada, amadora.
Hoy no sé
dónde estás ni quién eres. Aún conservo los boletos del autobús que me dejaba
en la puerta de tu hogar, nuestro hogar. Todavía recuerdo con fervor religioso
tus medias negras y ese vestido verde que seguro ahora está en la basura, pues
lo dejamos inutilizable; tus bragas grises que tan bien se moldeaban a tus
caderas, tus palabras entre penetraciones, la habitación rosa con un árbol
dibujado, tus Converse rotos, tu librero atiborrado con obras de Paulo Coelho (dime,
¿qué te gusta de ese tipo?), tu templo… mis ruinas.
Para qué
negarlo, Nelly, aunque me haya largado dejaste mucho en mí, las cicatrices que
dejaste en mis piernas sólo son el reflejo mínimo de lo que hiciste en mi
cabeza.
Ahora sé que
hay más en tu vida, subieron bastante
tus divisas y eso me consume, me enferma, me toca lo profundo. Me desgarra
saber que ese cabrón te desflora con mejores virtudes, con mejores argumentos. ¿Tú
lo amas, Nelly? ¿Todos tus textos eróticos son para él?, porque de ser así él
te merece en demasía pues supo matar ese cáncer que te consumía las entrañas,
ese que no te dejaba plasmar todas las letras que callaste cuando estuvimos
juntos. ¡Lo has logrado!, eres y serás una gran hacedora de historias, capaz de
entregarte cual si hubiera sólo un día para amar, mientras yo he de seguir en
este subterfugio, evitando confrontar el hecho de que te he perdido.
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