martes, 13 de agosto de 2013

Nelly- Roberto Kazán


Qué jóvenes éramos y cuántos sueños echados por la borda. Ambos queríamos ser escritores. Tus letras eran sencillas, complacientes, sinceras; las mías siempre terminaban vueltas un imperdonable subterfugio.

Nos conocimos no sé cómo, o tal vez sí sepa pero no lo quiero recordar. Fue en una cafebrería. Ese día cantaba temas sin dedicatoria a personas que no conocían mi trabajo. Era un extraño para el mundo, menos para ti…

Nelly, que bello fue descubrir tu cuerpo aquella primera vez, sí, era de noche, pero no lo parecía. El clima contigo siempre fue llameante, súbito, nostálgico. Eres la combinación perfecta de cachondería y ternura. Tan amarga como el café, tan dulce como la canela.

Terminó mi ronda de canciones, apareciste con una cámara en la mano y una sonrisa exacta. Una de tus amigas nos retrató. Me tomaste la mano y con ella tantas cosas indefinibles.

Pediste dos canciones más. Las interpreté en medida de lo posible. Es cierto, nunca tuve una gran voz, pero nunca me lo hiciste saber, no sé si por cortesía o porque preferías mis gritos de placer en tu departamento, ese refugio que teníamos para la locura, para el amor, para las recetas de cocina vegetariana que no me gustaba probar.

Debes saber que te quise más allá de ese espacio que compartimos tantas veces, esos besos que nos dimos cegados por la profunda oscuridad; que te quise más allá de tu entrega corpórea, de la marea púrpura que nos cubría del inexistente frío toda la noche, de nuestros pudores y resacas, de las preguntas absurdas de quienes nos sabían ahí, entregándonos, haciéndonos cenizas, humo, esfumando nuestras conciencias con cada caricia, con cada intento fallido por respirar completamente.

Aún te pienso, si te lo preguntas.

Nelly, no sabes lo difícil que es encontrar a alguien tan libre como tú, que lo mismo da la hora que su tiempo. Libertaria y libertina, amante, amada, amadora.

Hoy no sé dónde estás ni quién eres. Aún conservo los boletos del autobús que me dejaba en la puerta de tu hogar, nuestro hogar. Todavía recuerdo con fervor religioso tus medias negras y ese vestido verde que seguro ahora está en la basura, pues lo dejamos inutilizable; tus bragas grises que tan bien se moldeaban a tus caderas, tus palabras entre penetraciones, la habitación rosa con un árbol dibujado, tus Converse rotos, tu librero atiborrado con obras de Paulo Coelho (dime, ¿qué te gusta de ese tipo?), tu templo… mis ruinas.

Para qué negarlo, Nelly, aunque me haya largado dejaste mucho en mí, las cicatrices que dejaste en mis piernas sólo son el reflejo mínimo de lo que hiciste en mi cabeza.


Ahora sé que hay más en tu vida,  subieron bastante tus divisas y eso me consume, me enferma, me toca lo profundo. Me desgarra saber que ese cabrón te desflora con mejores virtudes, con mejores argumentos. ¿Tú lo amas, Nelly? ¿Todos tus textos eróticos son para él?, porque de ser así él te merece en demasía pues supo matar ese cáncer que te consumía las entrañas, ese que no te dejaba plasmar todas las letras que callaste cuando estuvimos juntos. ¡Lo has logrado!, eres y serás una gran hacedora de historias, capaz de entregarte cual si hubiera sólo un día para amar, mientras yo he de seguir en este subterfugio, evitando confrontar el hecho de que te he perdido. 

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