Imagen Robilan Prado |
Definitivamente no eres una
sirena aunque tu piel de tonalidades arena pudiera decir lo contrario. En lugar
de una gran aleta verde, tienes dos hermosas piernas, delgadas, largas, torneadas,
de una suave infinitud.
Desnuda desde el amanecer
hasta el ocaso. Es de noche y las horas pasan sin saber a dónde van. Tú estás
ahí, con ellas, conmigo, con la fresca revoltura del mar, con el estruendo que
hacen las olas al romper cuando chocan entre sí, como pretendemos hacerlo ahora
nosotros.
La oscuridad es reina y nos
dedicaremos a honrarla, a hacerle reverencia en una fiesta donde las pieles son
más que dos pedazos de cuero joven.
Negrura es todo lo que puede
percibirse. Frente a ti y a mí un monstruo inquieto espera el primer movimiento,
es un ajedrecista que clava la mirada en los desdichados peones de marfil, de
madera, de huesos, carne y bajas pasiones que serán sacrificados.
Abrimos las bocas y nos
tragamos en la orilla de la playa, el demonio nos besa los pies mientras
permanecemos parados aunque no sea por mucho. Trata de engullirnos envolviendo nuestras piernas con su lengua
húmeda. Nos derriba y me desnuda. Se lleva las cáscaras de lo que soy cuando no
estoy contigo. Nosotros seguimos el baile, el idilio; seguimos --sin pensarlo- nuestro
erótico encuentro.
Posa sus ojos de luna
hiriente encima de nosotros. No hay luz más cegadora que la que irradias de entre tu sexo decorado con
algas pardas, con coral. Nada me
absuelve más que tus enormes senos piñones, tu vientre que no es confuso, tus dedos alborotados,
tu voz perfecta, tenue, sumisa, clara,
tan clara como tus gesticulaciones al pasar mi barba y mi nariz cerca de tu
culo redondo, prominente, balsámico.
Somos arrastrados lentamente
pero eso no importa. Ya tumbados, bebo al mismo
tiempo de ti y del mar, de ese inmenso mar que no se acerca para nada a tu
salinidad, a lo deliciosa que eres, a lo mucho que me excita lastimarte, verte
gemir y gritar mientras cierras los ojos y los puños, y pellizcas la arena con
los pies cual cangrejo que trae las marejadas.
Eres mía y
estás aquí, en cueros, sólo cobijada por la marea temperamental y mis manos que
te acarician el clítoris a la par de tus labios que surcan maliciosamente desde
mi glande y hasta base de mi verga con besos que para nada son tímidos.
El tiempo
es espectador, voyerista que se autocomplace al ver a la nada consumiéndonos,
volviéndonos fósiles marinos, preservados por estas letras que narrarán una y
otra vez la escena en donde veo tus tetas correr con las aguas, atrapando los
minutos como clepsidras mientras me dices palabras que no olvidaré, mientras te
acaricio vorazmente, como la furia del atrabancado viento, del imponente mar;
sin darnos cuenta que éste ha comenzado a hundirnos lentamente en medio de un
suspiro inconcluso, de una pasión que en esta vida habrá de quedarse parca.
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