sábado, 10 de agosto de 2013

A media luz

Tarde gris y fría allá afuera. Adentro, media luz, música suave, tus ojos reencontrándose en los míos y viceversa, el aire cálido de tu cuarto, besos que van y vienen, caricias que estremecen, ropas que empiezan a caer...
Tú y yo, cuando el mundo se reduce a ese espacio, a ese instante tan delicioso. Los besos apasionados, nuestras lenguas entrelazándose, explorándose, redescubriéndose, para luego bajar por el cuello antes acariciado y hacer parada con un suave mordisqueo a la altura del hombro, mientras acercamos nuestros cuerpos más y más, hasta sentir que la excitación empieza a aparecer. El punto de partida: La cama.

Ya acostados, tus manos despliegan su arte sobre mí, recorriéndome la piel de norte a sur, mientras siento como pequeñas descargas eléctricas placenteras. Mientras más bajan tus manos, tu boca va siguiéndolas con cierto margen de distancia. Ahí están mis senos, esperando ansiosos la humedad de tu lengua, en lo que tu brazo izquierdo empieza a rodearme y tu mano derecha hace lo que mejor sabe hacer, rozándome y tocándome una y otra vez - a veces suave, a veces fuerte - en el sur de mi anatomía, cuando empiezas a percibir que mi excitación va en aumento, que los gemidos inicialmente leves empiezan a aumentar el volumen y las revoluciones. Es en ese momento donde tu lengua detiene su labor, para dedicarte a mirarme; y sin que tu mano derecha se detenga en lo que está haciendo, me miras extasiado en el momento en que mis gemidos casi se han convertido en gritos entrecortados y mi cuerpo ya no tiene control sobre sí mismo, porque ahora lo controlas totalmente tú. Te encanta sentir que tienes el control y te das el lujo de hacerme esperar un poco, mientras yo me inundo y te pido con desesperación que me salves, que entres en mí, y te digo en ese momento que no quiero nada más que tenerte adentro, sentir que te mueves, que navegas en mí, que me llenas, que nos acoplamos a la perfección, como si hubiésemos sido creados coincidentemente el uno para el otro. Te decides por fin a invadirme y nuestro mundo se convierte en paraíso.

De pronto tu piel se enciende, tus ojos me muestran minutos más tarde, que tú también estás llegando al momento cumbre. Se te ahoga un gemido en la garganta, pero le sigue otro mucho más fuerte, más claro, más sublime, que se dispara cual sonido envolvente. Se nos escucha en todo el piso, o tal vez en todo el edificio... no lo sabemos. Es un edificio antiguo, de techos altos, hay mucho eco.
Por un momento me imagino a tu vecina oyéndonos al otro lado de la pared, masturbándose y cerrando los ojos mientras te desea y se imagina que eres tú quien se la coje, que es ella la que goza cada segundo de tu arte de amar, mientras sus hijos están en la escuela y su marido, aquel caballero muy correcto y muy decente - que probablemente hace meses ni siquiera la toca - está trabajando para mantener a la familia.

Y así se nos pasa la tarde, una sesión de amor tras otra, en la cama, en la alfombra, en la cocina, en la sala, en el baño. Apenas unos minutos de receso para recuperar un poco de aire y descansar los músculos, y empezar otra vez. Tú sí que sabes lo que quiero. Soy un poco exigente, y aunque hay cierta diferencia de edades, te acoplas muy bien y sin problema a mi ritmo.

Después una ducha tibia y relajante, una conversación interesante y música en francés de fondo, mientras nos secamos y empezamos a vestirnos, nos bromeamos un poco, nos sonreímos, nos alistamos para salir a andar un rato por el centro. Salimos del brazo, cerramos la puerta. Caminamos en dirección de las escaleras, mientras nos miramos tiernamente y nos reímos; y la vecina, de pie en su puerta, nos queda mirando un tanto rabiosa, como si se le hubiese quedado un orgasmo a medio camino, incompleto.
Casi llegando al primer piso, nos cruzamos con el portero, quien nos saluda con una sonrisa maliciosa, como si toda la tarde nos hubiese estado escuchando detrás de tu puerta, desde el exterior. Le devolvemos el saludo y salimos raudos, felices y tomados de la mano, como niños curiosos a recorrer la ciudad.

- Dhanaisha -


* Imagen prestadita de la peli "El último tango en París"

2 comentarios:

  1. Tú y yo, cuando el mundo se reduce a
    ese espacio, a ese instante tan
    delicioso.

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  2. Bien dices: larga vida al blog!
    Un abrazo y un beso.

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