martes, 27 de agosto de 2013

2/a entrega



Sobre la puerta de la entrada de tu casa se encuentra una pincheta con una rodaja de manzana y un papelito que dice, que las rebanadas de manzanas las tendrá que comer e ir siguiendo las instrucciones de los mensajes.
Entra a la casa, pone sus llaves en el lugar habitual, coge una segunda rebanada y la truena entre sus dientes para romper el silencio y avisar de su llegada. Se quita la chaqueta y se acerca al aparato de música para comer una tercera rebanada. Pone algo (lo que sea) y se va a la habitación a desvestirse (ilusamente el pensaba encontrarla a ella en la habitación). Con una exaltación en el ánimo toma una rebanada más de manzana que descansa sobre la mesa de la ropa. Sale de la habitación descalzo, atraviesa el pasillo y entra en la cocina. Sobre la mesa descansa una tetera llena de infusión de nurite, pero el coge sólo la rodaja de manzana y el papelito. Lo lee, saca copas y una botella de vino tinto. Sin dudar entra a la biblioteca y se encuentra con ella metida en un vestido ligero color marfil descansando sobre su sillón de lectura. El viento que entra por la ventana completamente abierta la despeina, y las últimas luces del día le iluminan lo justo para distinguir que libro apunta su dedo.
Él deja la botella y las copas, sirve una para ella y se la entrega junto con el libro ella abre una pagina cualquiera y empieza a leer. Se recuesta sobre el sillón y levanta una pierna apoyándola sobre el descansabrazos. Lee en voz alta tratando de armonizar con la música que se escucha en la sala de la casa. Él, mientras tanto, va dibujando con sus dedos un camino de gotas de vino, primero sobre los pies, luego las piernas de ella; se inca ante la entrepierna de ella y le respira tratando de reconocer ese olor primitivo. Él rescata una rebanada de manzana, la mete al vino para sazonarla y con un gesto de dulzura la sumerge en la entrepierna de ella. Su respiración se detiene, sus palabras se detienen. Él se pega al sexo de ella sosteniéndole el alma e inundandola de placer. Ella sintiendo que cada bocado de manzana que el toma de su sexo es como si le arrebatara una respiración atina empujarlo con el pie cuando ya no queda nada más por ser devorado dentro de ella. Él cae de espaldas sobre la alfombra, ella avienta el libro a un lado y gatea sobre sus piernas  para alcanzar su sexo que desafiante apunta al cielo. Ella con la más sincera de sus devociones se inclina para tomarlo en sus labios comiéndole sin piedad.  El le jala dulcemente el cabello, la obliga a montarse en él mientras le da de beber de su copa, que entre tanto movimiento hace una lluvia sobre sus cuerpos. Los gritos de ella son cantos de sirena, capaces de hechizar a cualquier escucha que se finja dormido. Ella toma por la cintura “muévete”. Ella como un canto que envuelve el aire siente que él riega en sus entrañas luces de bengalas que salen por la ventana de la biblioteca.

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