-¿Quieres café con leche?- fue la pregunta que dio vuelo a
la imaginación.
-¿Me vas a dar?-respondí mientras pensaba que era
precisamente eso lo que yo quería, el café de su piel y la leche de su ser.
Así que me acerqué despacio mientras veía como su mirada me
invitaba a probar más allá de lo que había en su taza.
Pensé que sería buena idea que dejáramos la luz prendida,
así, para quitarnos los pocos pudores que nos quedaban y ver claramente como
nos evaporábamos en esa habitación.
Me senté en sus piernas, como esperando de su boca un cuento
para dormir tranquila y empecé a olerlo, primero su cuello, después su cabello,
ese bosque en donde mis manos se pierden para ser felices, lo tenía abrazado
mientras lo besaba, sus ojos, su nariz, sus pómulos, su frente… ¿Cuánto tiempo
cabe en un beso? ¿cuántos besos caben en su cuerpo? Yo quería averiguarlo esa
misma noche, me acerqué despacio a sus labios, con el miedo del primer beso,
con la emoción del primer encuentro y sentí cómo su lengua suave y delgada daba
vida, hacía magia en mis labios. No quería apresurar nada, así que tomé
mi tiempo para seguir con el jugueteo de las lenguas y después, muy despacio empecé
por despojarlo de su ropa, la playera siempre estorba, mis ojos recorrían sus
hombros, su espalda (de hombre que tanto me excita), mis dedos corrieron a
refugiarse a su pecho y empecé a bajar. Dos, tres, diez, veinte besos para
llegar al inicio de su pantalón.
-No te acuestes- le pedí. -Quiero que veas desde arriba como
me vuelvo pequeña mientras mi boca te va tragando.
Esa sonrisa mata, esa mirada crea deseos, ese olor invita a
seguir.
Empecé a bajar la bragueta, a buscar con mis manos su
hombría, mientras él se relajaba y se acomodaba para el espectáculo. Se volvió
el mejor de los espectadores y yo la complaciente que sentía placer con cada
mueca que él hacía.
Mis rodillas olvidaron el cansancio o lo incómodo del suelo,
afuera nos llovía, la ventana de siempre abierta nos regalaba una especie de
brisa, y yo me lo tragaba y lo devolvía. Mi lengua se hizo adicta a su calor,
mis dientes rozaban despacio el contorno de su sexo con ganas de morderlo, qué
delicioso sabor el que me regalaba de su ser. Él acariciaba mi rostro mientras
su mirada aplaudía el show, entonces se decidió a quitarme la blusa, a acariciarme
como si me necesitara tanto como yo lo necesitaba a él. En sus brazos era tonto
intentar callar mi boca, yo gemía sin ninguna vergüenza mientras lo lamía, así
podía quedarme toda la vida, perdida entre su espalda y sus piernas, pero el
evento tenía que seguir.
Fui atenta, le quité los zapatos, terminé por sacarle el pantalón
y esos bóxer negros entallados que vuelven loca a cualquiera y las calcetas
rayadas que combinaban con las mías, lo invité a que se pusiera de pie mientras
lo abrazaba y rozaba con mis pequeños senos su cuerpo, volví a sus labios
mientras él ajustaba sus manos a mis caderas y me despojaba de toda la ropa, desabotonaba
urgido los cuatro botones de mi pantalón, y bajaba de prisa mis pequeñas
braguitas de encaje negro, allí estábamos, bailando con la música de nuestros
ruidos, con la respiración entrecortada, un vaivén de cuerpos, de sudores, nos
volvimos violentos, iniciamos las mordidas, los pellizcos, los gritos. Me puso
contra la pared mientras memorizaba con sus ojos y sus manos mi espalda y me
dejaba sentir su virilidad, sujetaba mi cintura por detrás y pasaba su lengua
por mis orejas.
-¿Te duele?- lo escuché decir.
-Con más fuerza- respondí.
Y me aventó contra la cama, me abrió como un libro, y justo en la mitad de mis páginas empezó a husmear, qué rico es ser leída por él, yo me retorcía como gusanito de tanto placer, ese placer que se siente distinto a todos, volví a perder mis manos en su cabello mientras su barba raspaba mis piernas, mis muslos, mientras sus manos me recordaban que esa noche yo era parte de él.
Despacio llegó a mi boca y me dio de beber de mi propio
néctar.
Qué dulce sensación la de su peso exacto sobre mi cuerpo, la
de su piel expuesta al tacto de la mía, la de nuestras manos buscándonos, la de
sus dedos dentro de mí y las mías jugando con su falo.
Con su cuerpo desnudo el frío es distinto, me levantó y me
sentó en la mesa de la esquina, tantos besos y caricias no cabían, así que las
empujó despacio a mi pequeña cueva mientras pasaba por mi cuello sus dedos y me
reconocía, no sé qué era más excitante, saberlo dentro de mí o sentir su
respiración en mi espalda, como si también me penetrara.
-Qué rico- le dije mientras me mordía los labios. Mis manos
se aferraron a su espalda y justo antes de terminar me pidió un último favor.
Baje gustosa y lo introduje a mi boca, despejó mi rostro
mientras con un último gemido de ambos explotó. Nada como tragar lentamente la
leche de su ser y el café de su piel.
Le pedí que apagáramos la luz para dormirnos desnudos y abrazados.
-Te quiero- susurré en su oído y besé sus ojos.
-Te quiero- contestó y se quedó dormido.
Canelita
Café caliente, momento oportuno. Un abazote, Anel.
ResponderEliminarNunca se le dice que no a una buena taza de café.
EliminarUn beso enorme Selenio.
Tienes una prosa certera y degustable,
ResponderEliminarnos leemos.
Besos.
Gracias, eres muy amable. Nos leemos!
EliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarNarrativa profunda exquisita es todo un deleite......
ResponderEliminarGracias Antonio, un placer que me leas.
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